Con
cierta frecuencia quienes trabajamos en el interior de los talleres
masónicos nos preguntamos si esta parte importante de nuestras vidas
tiene algún atractivo en la sociedad del siglo XXI y como no podría ser
de otra manera la respuesta es afirmativa. Se podría pensar que,
evidentemente, no podríamos respondernos de otro modo ya que de no ser
así la pregunta más obvia sería ¿qué hacéis, entonces, vosotros. aquí?.
Trataré de exponer brevemente las razones que nos llevan a seguir en
estos lugares de reflexión, de búsqueda de la verdad, de práctica de la
tolerancia, de trabajo inmersos en una espiritualidad humanista que va
más allá de cualquer apelación a cualquier tipo de divinidad. Creemos en
el Ser Humano con independencia de que algunas y algunos de entre
nosotros, además, crean en algún tipo de ente o concepto superior.
Laicos
sin que esto llegue a convertirse en el único "leit motiv" de nuestro
trabajo, preocupados por los asuntos sociales en cuanto humanistas,
inmersos en la sociedad de nuestro tiempo pero disconformes con muchos
de los planteamientos que se toman como normales: consumismo,
individualismo egocéntrico, insolidaridad...
Somos,
por encima de todo, miembros de uan sociedad iniciática con las
peculiariedades que esto conlleva, quizás la primera es que no somos un
club de debate, una tertulia o un partido político, tampoco una ONG. No
somos nada de eso precisamente por nuestro carácter iniciático,
peculiariedad que nos lleva a trabajar con una herramienta como el
ritual que nos permite astraernos del ruido de la calle para poder
concentrarnos en los que nos importa y nos mueve la búsqueda de la
verdad y el conocimiento, dos cosas que tenemos tan cerca y al mismo
tiempo tan lejos, dentro de nosotros mismos si somos capaces de realizar
el más complicado viaje que imaginar podamos, el que nos lleva al
conocimiento de nosotros mismos, nuestros defectos y nuestras virtudes,
con el fin de eliminar aquellos y acrecentar estas.
Nuestro
trabajo, eso que se conoce como desbastar la piedra bruta, es algo
personal, realizado de manera íntima y que se convierte en obra
colectiva en el momento en el que, reunidos en el interior de nuestros
talleres, cada uno de nosotros va aportando su piedra a la construcción
común.
Vivimos
en un mundo de símbolos porque nuestro método de trabajo se basa
precisamente en su estudio y adecuación al tiempo que a cada cual le
toca vivir, nuestros rituales no son antiguallas del siglo XVIII, ni
dogmas inamovible sino que se trata de herramientas que adaptan a lo que
cada sociedad va exigiendo en el momento histórico en el que le toca
desarrollarse. Herramientas progresivas que nos permiten avanzar en ese
difícil camino en el que cada uno viaje hacia el encuentro del yo. Solos
pero al mismo tiempo en la compañía del resto de Hermanas y Hermanos de
esta universal fraternidad.
No
se si todo lo anterior serán razones suficientes para justificar
nuestra pertenencia a una sociedad que lleva camino de los trescientos
años de vida y que a lo largo de su historia ha dado a la humanidad un
buen número de lo que nosotros consideramos "benefactores de la
sociedad", personas que han dejado su impronta en nuestra historia por
las más varipintas razones pero a las que unía un hecho fundamental, la
consecución de una sociedad más libre justa y fraterna. Algo de lo que
por desgracia nos encontramos aún lo suficientemente alejados como para
que quienes nos acomodamos en las columnas de nuestros talleres pensemos
que la obra debe ser continuada
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