La etapa histórica en la que nos encontramos inmersos y en las que priman los valores ligados a la posesión, casi me atrevería a decir que a la acumulación, de cosas materiales trae consigo una insatisfacción que, al parecer, se extiende como una mancha de aceite sin que se sepa muy bien como ponerle coto.
El ser humano, quizás una pequeña parte, se va dando cuenta de que esa acumulación lejos de dar la felicidad le aleja cada vez más de ella, como consecuencia suele proliferar la búsqueda de soluciones en filosofías un tanto exóticas, para los occidentales, y en la que no falta, en ocasiones, una pizca de esnobismo.
Es una lástima que no sepamos apreciar aquello que tenemos más cerca, adecuado a nuestra idiosincrasia, nacido de nuestra cultura y, por tanto, que nos resultará más próximo y efectivo. Me refiero a la masonería, escuela iniciática calificada de muy diferentes maneras: escuela de ciudadanos, escuela de librepensadores..... pero que en pocas ocasiones se recurre a ella como lugar en el que aprender a ser felices.
No se trata de ninguna cuestión novedosa ya que las Grandes Constituciones Escocesas de 1786 ya definían el objeto de la Francmasonería como "la unión, la felicidadad y el bienestar de la familia humana en general y de cada ser humano en particular". Creo que doscientos años largos de historia de esta escuela bien merecen la pena ser tenidos en cuenta a la hora de encontrar una vía de escape a la angustia que esta vida vacía de todo contenido espiritual suele atenazarnos de cuando en cuando.
He dicho