3. f. Conformidad, tolerancia y paciencia en las adversidades.”
Como
todo en el mundo la resignación tiene dos aspectos, uno positivo y
otro negativo, que, al final, confluyen en una única conclusión que es
la que acertadamente debemos adoptar. Empezando por el aspecto
negativo, flaco favor haríamos a nuestro caminar masón si abrazamos la
resignación en esta cara pesimista, esto es, cuando pensamos “qué le
vamos a hacer, Dios así lo quiere”, o “así es la vida, qué vamos a
hacer frente a esto…”, “ante la mala suerte…” “no hay mal que cien años
dure…”. El aspecto negativo denota derrota, abandono a una suerte de
azar o de ley imperativa que no podemos contestar, ni lo intentamos
siquiera. Adoptar esta actitud nos lleva a una suerte de fe en el azar,
al culto a la buena suerte, a la esperanza en una lotería general que
nos ha de dar el premio del cielo, el premio de la riqueza, el precio
de la salud y hasta el premio de la inspiración en el arte...
Resignarse, en el sentido negativo que acabo de exponer, se encuentra
muy lejos de la meta de un masón, cuya principal obligación es la
perseverancia, es, ante un problema o vicisitud, dar vueltas para
encontrar la solución, vueltas y más vueltas porque todo está en el
propio problema. Lo tenemos que observar, y volver a observar, leer y
releer, darle vueltas y más vueltas, observar, leer, leer, releer,
trabajar y… encontraremos.
En
un aspecto de la resignación que califico algo más positivo que el
anterior, nuestra actitud podría definirse por aquella disposición del
ánimo que consiste en conllevar. Nuestra vida no es sino un sufrir las
impertinencias, penalidades, adversidades, desgracias, limitaciones,
frustraciones, enfermedades, etc. A pesar de ello continuamos nuestro
andar diario, nuestro camino hacia la perfección, somos incluso felices
–al menos lo creemos-. Y vivimos, y nos superamos e incluso de tanto
conllevar nos olvidamos del peso que arrastramos, por la costumbre de
llevarlo a nuestras espaldas. Pero la mochila donde hemos guardado todas
esas vicisitudes sobra, no cabe duda de que iríamos mejor sin ella. El
masón tiene que dejar los metales a la puerta del templo. En la vida
profana y en la masónica estas penalidades, adversidades… etc., también
deben abandonarse. Debemos desprendernos de esa mochila. Para ello no
encuentro otra solución que partir de una crítica acerba y un valeroso
reconocimiento del enorme fracaso que hasta ahora hemos cosechado. En
esto es preciso que seamos inexorables, porque es la base de todos los
demás trabajos que –como personas y, sobre todo, como masones- debemos,
bien emprender, bien continuar. Nuestra actitud resignada se halla
cubierta de una densa costra formada por valores falsos, por fantásticas
presunciones, por montañas de superlativos que desfiguran nuestras
verdaderas virtudes y cualidades. Tenemos que ser en esta crítica
leales, podemos ser piadosos, procediendo en ella con dolorido amor,
pero inexorablemente. Ya conocemos aquél acertado refrán que decía
“Quien bien te quiere te hará llorar. Quien no te haga llorar es que no
te quiere, es que sólo te quiere gozar.”
Es
en este proceso interno de autocrítica y de reconstrucción del que
acabo de hablar donde encontramos el verdadero significado de la palabra
resignación, que no es la derrota, amargura e impotencia del primero
ni la carga del segundo. La resignación en este tercer significado,
resultado de la fusión de los dos primeros, viene a ser un método para
alcanzar un fin. Una tolerancia temporal mientras no se encuentra la
solución al problema. En esta tercera y adecuada significación, la
resignación no supone un abandono a la suerte por no poder luchar contra
ella, ni tampoco un conllevar las adversidades mientras nos movemos.
La resignación es, pues, una paciencia en los infortunios, a la vez
que, sin dejarnos vencer por la angustia de la situación, perseveramos
en la búsqueda de su solución. De esta forma se convierte en
transitorio lo que en el aspecto negativo y positivo de la resignación,
habíamos convertido en crónico.
Rafael
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