EL FINAL DEL LAISSEZ-FAIRE (1926), de John Maynard Keynes. Es un ensayo publicado como opúsculo por Hogarth Press en julio de 1926, es la fuente de inspiración y quizás poco precisas reflexiones de este trazado.
En el momento actual, en el mundo opulento, no hay ningún gobierno que me parezca estar persiguiendo objetivos correctos por medio de métodos correctos, a pesar de que la pobreza material proporciona el incentivo para cambiar, precisamente en situaciones en las que hay muy poco margen para la experimentación.
Nuestro problema es construir una organización social que sea lo más eficiente posible, sin ir en contra de un modo de vida satisfactorio.
Necesitamos una nueva serie de convicciones que broten de un sincero examen de nuestros propios sentimientos íntimos en relación con los hechos exteriores.
I
La crisis
Una crisis que afectara al mundo rico y desarrollado, tan devoradora e inmanejable, no se había visto desde la “Gran Depresión” de 1929. La “Economía Eficiente”, basada en “el mercado”, fuerza ciega, de compleja teoría basada en suposiciones simplonas, como el crecimiento infinito del dinero o que la avidez y codicia de los “emprendedores” conduce al pleno empleo y el bienestar social, es un sueño trastocado en quimera.
Y, de esa siesta y “sonsera” nos despertamos de golpe en el verano de 2007, sin que la ideología dominante de la economía sin control, supiera que decir. El neo-liberalismo incontestable de Thatcher y Reagan, martillo de las ineficiencias de lo público, que había barrido las políticas socialdemócratas, se quedo perplejo, tanto que algunos gobiernos afirmaron que el asunto no iba con ellos, y tardaron más de tres años en reaccionar.
Sin duda se tardarán décadas hasta que los economistas como buenos profetas del pasado, sean capaces de analizar y determinar lo que nos está sucediendo. ¿Será suficientemente grave la crisis, como para que las grandes economías tomen conciencia de que se debe controlar más el mercado? Nos preguntamos al igual que Sampie Terreblanche -economista sudafricano-.
Los mas avispados comprendieron rápidamente que la economía no puede actuar sin control y tomaron decisiones que pusieran las riendas al mercado desenfrenado, reforzando la idea de lo público y su intervencionismo, pero con una novedad, que ese intervencionismo se aplica a los gobiernos de los propios países afectados, que intervienen con dureza en la gestión de la economía para entregársela al mercado.
Con la primera gran crisis del siglo XX -la de 1929- se aborreció del laissez faire, que había dado todo el protagonismo a las fuerzas libres del mercado, abandono que permitió tras la guerra, la construcción del Estado del bienestar.
Nuestra situación, no es similar a la de aquellos años, pero hay elementos comunes: el cambio de la estructura productiva, la importancia de la rigidez salarial, el elevado desempleo, la perdida de capacidad de crecimiento, etc., etc. Otros son nuevos: el relativo fracaso de expansión de la demanda, su carácter mucho más internacional,…, quizás por eso algunos de los más reputados académicos de la Economía, alientan la intervención política y abogan por la puesta en marcha de soluciones keynesianas.
Keynes, buen conocedor de la realidad de su época, era un firme partidario del intervencionismo, no para hacer más o menos bien lo que los individuos pueden hacer, sino para hacer lo que estos no pueden hacer; creía llegado el momento de poner punto final a la filosofía liberal individualista, que veía en la acción egoísta de los individuos la clave del bienestar social, y por el contrario muy adecuada la acción de las autoridades con el objetivo de moderar las fluctuaciones económicas, evitando el desempleo y la recesión.
II
La filosofía liberal individualista
Al final del siglo XVIII, el derecho divino de los reyes cedió su lugar a la libertad natural y a los derechos individuales, y el derecho divino de la Iglesia al principio de tolerancia; la nueva ética colocó al individuo en el centro. Estas ideas proporcionaron un fundamento intelectual satisfactorio a los derechos de propiedad y de libertad individual, para hacer lo que le plazca consigo mismo y con lo que le pertenece.
Pero fueron los economistas quienes dieron a la noción –liberal individualista- una base científica: Por la acción de las leyes naturales los individuos que persiguen sus propios intereses, con conocimiento de causa y en condiciones de libertad, tienden siempre a promover, al propio tiempo, el interés general.
A la doctrina filosófica de que el gobierno no tiene derecho a interferir, y a la doctrina divina de que no tiene necesidad, se añadió una prueba científica, que su interferencia es inconveniente. La finalidad de ensalzar al individuo fue deponer al monarca y a la Iglesia; el efecto fue el de afianzar la propiedad y la norma.
III
Laissez-faire
La máxima laissez-nous faire se atribuye tradicionalmente al comerciante Legendre, dirigiéndose a Colbert poco antes de finalizar el siglo xvii. Pero no hay duda de que el primer escritor que usó la frase, y lo hizo en clara asociación con la doctrina, es el marqués de Argenson, hacia 1751. Para gobernar mejor, dijo, se debe gobernar menos: “Dejad hacer, tal debiera ser la divisa de todo poder público, desde que el mundo está civilizado”.
En pocas palabras, la filosofía política, que los siglos XVII y XVIII habían forjado para derribar a reyes y prelados, se había convertido en “¡Dejad hacer!”
Pero los principios del laissez-faire han tenido otros aliados además de los manuales de economía, la escasa calidad de las propuestas alternativas: el proteccionismo por un lado y el socialismo marxista por el otro. Las evidentes deficiencias científicas de estas dos escuelas, unido al desprecio por el esfuerzo individual y la atmósfera de despilfarro y de no tener en cuenta el coste, molesto a cualquier espíritu ahorrativo o previsor, contribuyeron grandemente al prestigio y autoridad del laissez-faire,.
No obstante, el individualismo y el laissez-faire no podían, haber asegurado su dominio sobre la dirección de los asuntos públicos, si no hubiera sido por su conformidad con las necesidades y los deseos del mundo de los negocios.
Juliano
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