Quizá el gran secreto se encuentre en perseverar.
Sí, “perseverar” aparece como una columna básica en la Masonería y en el trabajo masón. Hablamos de ella, sabemos de su importancia, pero yo aquí quiero además arroparla y comprender su naturaleza infinitamente valiente y sensible.
Hay cientos de citas célebres que se refieren a ella: “La victoria pertenece al más perseverante” de Napoleón, u otra (haciendo un guiño a mi padrino) de Saavedra Fajardo “un pequeño gusano roe el corazón a un cedro y lo derriba”. Incluso múltiples fábulas que nos la ejemplifican como la de Esopo sobre la tortuga y la liebre.
Todas nos remiten a increíbles hazañas aparentemente inalcanzables por la fuerza, el ingenio o la inteligencia. A través de sus muestras vemos que no siempre un gesto de enorme violencia logra lo que infinitos pequeños golpes doblegan, ni que el más inteligente siempre sea el mejor. ¿Por qué?, ¿qué ingrediente tiene la perseverancia que marca la diferencia con todo lo demás?.
Puede que haya un momento en tu vida en el que te haces consciente de que todas las guirnaldas de luces que cuelgan por las calles y que se enroscan a tu cuerpo no iluminan a un paso más allá de ti, y puede que en ese momento decidas entrar en el Gabinete de Reflexión y sentir la verdadera oscuridad como aliada. Yo entré en él hace no mucho y estoy convencida de que sigo allí. Entré para alejarme del mundo exterior, decir “no” a sus falsas promesas y protegerme de sus adornadas mentiras y para aprender a escucharme. Sólo con empezar a sentirme comprendí que esa caverna no era más que la puerta hacia el centro de mí misma. La puerta de un túnel aun por cavar. Y miras tus manos, y miras el suelo empedrado y sabes que será difícil.
Apartas los primeros puños de tierra, aparecen las gotas de sudor que te chillan “no podrás”, “es demasiado difícil”, “es una tarea de Gigantes”, “es una burla del destino”, “¿ para qué tanto sacrificio?”. La recompensa del autoconocimiento, del estar cara a cara con tu propia esencia parecen una quimera. Pero surge una voz que crees no pertenecerte que te dice que sigas. Y es que esos susurros, a veces gritos, de la perseverancia no son más que la llamada de nuestros sueños, de lo que cada uno está llamado a hacer para alcanzar su desarrollo, equilibrio y felicidad. Ella será siempre nuestra compañera. Nos mostrará que incluso en las lágrimas hay recompensa porque ablandan el terreno, que aunque en un principio no lo encontremos, incluso en los reveses hay enseñanzas.
Pero no es sólo fuerza incansable, no es inflexible, sino una madre que nos empuja pero también nos arropa, puede que ese sea el ingrediente que la hace distinta, el amor incondicional que nos profesa. Gracias a ella pasamos cada reto aprendiendo, avanzamos firmes hacia las profundidades y también nos deja descansar, tomar aliento antes de seguir. Escucha y acoge los gritos de desesperación sin desdeñarnos porque nos sabe humanos y nos quiere humanos, porque no busca cambiarnos, todo está bien como está, sólo hay que seguir un poco más. Así creará el ambiente necesario para que nuestra labor prospere y al final….
Al final de la búsqueda no sé muy bien qué encontraré en mi núcleo pero sé que desaparecerá el cansancio, la oscuridad. Daré la vuelta para salir por dónde entré y creceré como hasta entonces no sabía.
Kardia
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