La Masonería nos habla con dos voces.
Una grande, clara, y otra sutil, en susurros o pequeñas
indicaciones. La gran voz nos deja claro porque estamos aquí:
buscamos el Amor Universal plasmado a través de la fraternidad; el
progreso de la Humanidad a través de nuestro trabajo personal;
elevar nuestro corazones a los más altos ideales… ¿Pero que nos
dice la voz pequeña? La voz pequeña nos dice muchas cosas. Nos dice
que busquemos, que preguntemos, que enseñemos y aprendamos, que el
ideal está por encima de todos los intereses, que los cargos son
pasajeros, que el bien común está por encima del personal, que la
palabra es nuestra única herramienta y que la razón ha de ser
nuestro único guía.
Una de esas cosas pequeñas se nos descubre cuando el maestro de ceremonias, antes de entrar, dice: Dejemos los metales a la puerta del Templo y que nuestros corazones se unan en fraternidad. La costumbre nos puede hacer perder el sentido profundo de la frase pero su importancia es altísima. Dejar los metales, dejar nuestros prejuicios y cambiar nuestra forma de actuar. Fuera somos seres sociales, tenemos nuestra forma de viajar y nuestras mañas en el carrusel de la Vida. Cuando pasamos al Templo, allí la fraternidad, la razón y el amor han de guiar nuestro trabajo, mover nuestras herramientas. Debemos comprometernos a funcionar de otra forma, debemos convertirnos en constructores anónimos de la Gran Obra.
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