Durante los últimos
días, el Ministro de Educación, D. José Ignacio Wert, se ha
escudado en el Artículo 2º de la Convención Contra La
Discriminación En La Educación de la UNESCO, que data de 1960,
para justificarse en su controvertida decisión de enmendarle la
plana al Tribunal Supremo, que se había mostrado contrario a que el
Estado financiase a centros que segregan a su alumnado por sexos. Ese
artículo, en efecto establece una salvedad a lo estipulado por el
Artículo 1º, que dejaba claro que por discriminación se entendía
toda distinción, exclusión, limitación o preferencia basada en
raza, color, sexo, idioma, religión, ideas políticas, nacionalidad,
origen social o clase económica tuviese como propósito o efecto la
anulación o el impedimento de una igualdad de trato a la hora de dar
educación al alumnado.
Así pues, según dicho
artículo 2º no se consideraría discriminante el establecimiento o
mantenimiento de sistemas educativos o de instituciones educativas
que separasen a los alumnos por su sexo, siempre que el Estado lo
permita y en tanto y en cuanto estos sistemas o instituciones
aseguren que niños y niñas tienen el mismo acceso a la educación,
son atendidos por profesores con las mismas calificaciones en
instalaciones de la misma calidad para unos y otras y se les da las
mismas oportunidades académicas a la hora de seguir unos cursos u
otros.
Es a este argumento al
que el Ministro se aferra tenazmente, lo cual le podría caracterizar
en principio como un hombre con habilidades dialécticas y asesorado
por juristas. Sin embargo, si se dejase asesorar por el profesorado,
o si preguntase a las familias, oiría muchas y muy buenas razones
para abandonar su posición, lo cual le caracteriza, como poco a poco
sus obras van delatando, como un hombre que actúa guiado por
prejuicios, hasta el punto de buscar que la realidad se adapte a su
postura, en vez de admitir un error o dar su brazo a torcer.
¿Servidumbres de la política, tal vez?
Si escuchase la voz de
los profesores vería que para muchos de los docentes, la segregación
por sexos, como muy bien argumentaba el profesor, novelista y
dramaturgo Fernando J. López en uno de sus artículos, tiene,
al menos, dos efectos tan perniciosos como evidentes.
“El primero es
que permite fortalecer los estereotipos
sexuales y, en consecuencia, la desigualdad de género,
echando por tierra todos los avances logrados al respecto y
devolviendo a nuestros estudiantes esa idea de que los niños son muy
diferentes a las niñas. […] Nada nos enriquece tanto como nuestras
diferencias-, pero solo podemos construir una
sociedad igualitaria si trabajamos en lo que nos une por encima de
aquello que, en apariencia, nos separa.” Con la
segregación, la misoginia, el sexismo y la homofobia pueden volver a
tomar fuerza.
El segundo efecto
pernicioso según López es mucho más personal y “reside
en la deficiente educación sentimental que van a recibir esos niños
y niñas "segregados". Nada tan útil para
fomentar una educación emocional y sexual reprimida como separar a
los alumnos por sexos. […] Con un poco de suerte, podemos volver a
los tiempos descritos por Carmen Martín-Gaite en ‘Usos
amorosos de la postguerra española’ y
convertirnos en el país provinciano y beato que querían que
fuéramos entonces.”
Si preguntásemos a
muchas antiguas alumnas de la Escuela Pública provenientes de
entornos culturales en los que la mujer se ve aún muy sometida a la
autoridad patriarcal, veríamos que, poco a poco, sin renunciar a su
identidad cultural y a sus raíces, estas muchachas, a base de haber
trabajado en plano de igualdad con los chicos en el aula y vivido en
un entorno en el que la sexualidad había dejado de ser un tabú para
ser algo vivido con naturalidad, entenderíamos rápidamente que esa
nueva “liberación” que estas jóvenes protagonizaron sería
prácticamente imposible en colegios e institutos que segreguen a los
alumnos en función de su sexo.
Recuerdo como si fuese
ayer el caso de una antigua alumna y tutorada mía de origen
Marroquí, que me pidió ayuda y consejo cuando me confesó que, bien
entrada en sus 16 años, había tenido relaciones sexuales con su
novio. En su familia aquello era una vergüenza, casi tan terrible
como si la chica se dedicase a la prostitución, toda una afrenta al
honor familiar. Sin embargo ella, deshecha en lágrimas, afirmaba que
“no tenía en absoluto la más mínima sensación de haber hecho
algo malo en absoluto, que había sido un acto nacido de un amor puro
y tierno como jamás había sentido, y qué era algo de lo más
bonito que le había sucedido en la vida”. No me imagino teniendo
esta conversación con esta alumna si hubiese estado siendo educada
hasta los 18 años en un Colegio segregado, o por lo menos, hubiese
sido mucho más improbable que tuviese lugar.
Si preguntamos a padres
de familia que en su día fueron educados en colegios no mixtos por
qué razón envían ahora a sus hijos a colegios mixtos,
probablemente oigamos a muchas madres repetir argumentos como:
“Me eduqué en un
colegio de niñas dirigido por las monjas. Cuando llegué al
instituto (mixto) me moría de vergüenza a la hora de hablar
con los chicos. La sensación de timidez era tremenda… No quiero
eso para mi hija y estoy feliz de verla crecer interactuando con
niños desde pequeña”
“Gracias a haber
ido a un colegio mixto, no me daba corte hablar con las chicas”
comenta un padre. “Es enriquecedor ver que hay otro punto de
vista, otra manera de entender el mundo, y de eso te das cuenta con
las chicas en el aula”.
Lo cierto es que una
cosa es una Convención redactada en 1960, que buscaba la mejora
universal del acceso a la educación de los niños y niñas de todo
el mundo y que era muy prudente para poder incluir a países en los
cuales la tradición o la religiosidad de la población (o la del
régimen) hacía que fuesen numerosos los colegios que separaban al
alumnado en función de su sexo, y otra cosa es la realidad española
de 2012.
Como decía un
editorial de un conocido rotativo hace 4 años,
“La escuela no es únicamente un lugar para aprender matemáticas o lengua. Es, y cada vez más, un entorno de formación en el que se aprende a ser persona, a ser ciudadano y a convivir con otros, independientemente del sexo, la raza, la religión o la mayor o menor facilidad para el estudio. Las ventajas de una educación integrada, que muestre en la práctica y desde los primeros años de la vida de las personas la esencial igualdad de todos los escolares y permita anudar lazos de convivencia con los demás, son muy superiores a las que podrían derivarse de la división por sexos a partir del rendimiento obtenido en unas cuantas materias. Por eso, ceder en el modelo educativo mixto representaría un grave retroceso.”
Es por ello, porque
creemos, aspiramos y trabajamos por el progreso de la humanidad, por
lo que en efecto, desde la óptica de una Orden Masónica como la
nuestra, pionera de la mixticidad desde su orígen, lo lógico, lo
natural, lo que a la razón se le muestra como un deber ineludible es
oponerse a semejante regresión educativa.
He dicho:
Pi i
Margall.·.
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