Hoy, cuando “El Estado del bienestar” es ya una bandera y una pancarta reivindicativa frente a los desmanes de los poderosos, puede ser un ejercicio de necesaria inteligencia perderse entre los vericuetos de su amable paisaje.
No siendo un Estado totalitario, pues ni se impone por la coacción ni la violencia, es sin lugar a dudas, manipulador, ya que cambio de garantizar al ciudadano la abundancia y la seguridad, le exige como contrapartida el sometimiento a la manipulación tanto económica como política.
Supone la culminación del capitalismo, sólo es aplicable a los países que han franqueado las fronteras del gran desarrollo, no es posible en aquellos que carezcan de la “madurez” suficiente para una economía de consumo, en la que el consumidor asume el papel fundamental de motor, producción-consumo; esta necesidad impuesta por el sistema económico, demanda bienes de uso -nuevos e innecesarios- de forma insaciable por parte del ciudadano. no se deja a la iniciativa individual, es estimulada por un sistema de publicidad o propaganda que provoca en el consumidor tanto necesidades renovadas como necesidades de prestigio o status social. La estimulación artificial de necesidades de bienestares, es imprescindible para que la industria pueda mantener su ritmo de producción, lo que en palabras de un “buen ama de casa” consiste en un derroche. Y, es a este incesante consumo, a expensas en ocasiones de la atención a los servicios públicos, a quien se confía la consecución del “pleno empleo”.
La estructura económica básica de la sociedad del bienestar no tiende a modificarse sustancialmente, es, sigue siendo y será capitalista. La elevación del nivel de vida y la reducción de las distancias económicas no se produce por razones éticas, responde puramente a criterios mercantiles, para que todos seamos clientes del mayor número posible de bienes; modelo de consumidor satisfecho -que decía el profesor Tierno Galván- utilización del bienestar como fin último de la existencia, ideal condicionado por el hiperdesarrollo de la economía. ¡El proceso es puramente económico!
La manipulación, publicitaria, se trasmuta al plano político, exactamente con las mismas técnicas. El ciudadano de la sociedad del bienestar es tan poco libre, como el consumidor, sin sufrir coacción violenta es mayoritariamente condicionado por la presión social ejercida por los medios de comunicación, a los que como no tenga una mente critica e independiente es muy difícil que se pueda resistir. Los “líderes” y los programas políticos se venden publicitariamente igual que artículos comerciales. Es muy difícil sustraerse a la presión propagandística masiva y al clima social creado por ella, la libertad real dentro de tal clima se convierte en patrimonio de “intelectuales” y “amateurs” del inconformismo y la rebeldía.
El sistema, no sólo prescinde de las “viejas” virtudes de la previsión y el ahorro, exige su desaparición ya que todos los ingresos, hasta por adelantado -el crédito- deben de ser gastados en bienes de consumo, la previsión para el futuro es asumida por el Estado y convertida en función pública.
El artificial interés privado sobre la conveniencia pública, hace imposible que el sistema se pueda extender o generalizar, puesto que presupone la existencia de una economía superdesarrollada, de plena producción y pleno empleo. Recomendar a los países que no llegan a esos niveles, que tengan paciencia y esperen al pleno desarrollo para superar los males endémicos del subdesarrollo, es remitir la solución de sus problemas a las -¿Como se dice?- “calendas griegas”.
¿No sería más inteligente reivindicar el Estado de justicia social?
No siendo un Estado totalitario, pues ni se impone por la coacción ni la violencia, es sin lugar a dudas, manipulador, ya que cambio de garantizar al ciudadano la abundancia y la seguridad, le exige como contrapartida el sometimiento a la manipulación tanto económica como política.
Supone la culminación del capitalismo, sólo es aplicable a los países que han franqueado las fronteras del gran desarrollo, no es posible en aquellos que carezcan de la “madurez” suficiente para una economía de consumo, en la que el consumidor asume el papel fundamental de motor, producción-consumo; esta necesidad impuesta por el sistema económico, demanda bienes de uso -nuevos e innecesarios- de forma insaciable por parte del ciudadano. no se deja a la iniciativa individual, es estimulada por un sistema de publicidad o propaganda que provoca en el consumidor tanto necesidades renovadas como necesidades de prestigio o status social. La estimulación artificial de necesidades de bienestares, es imprescindible para que la industria pueda mantener su ritmo de producción, lo que en palabras de un “buen ama de casa” consiste en un derroche. Y, es a este incesante consumo, a expensas en ocasiones de la atención a los servicios públicos, a quien se confía la consecución del “pleno empleo”.
La estructura económica básica de la sociedad del bienestar no tiende a modificarse sustancialmente, es, sigue siendo y será capitalista. La elevación del nivel de vida y la reducción de las distancias económicas no se produce por razones éticas, responde puramente a criterios mercantiles, para que todos seamos clientes del mayor número posible de bienes; modelo de consumidor satisfecho -que decía el profesor Tierno Galván- utilización del bienestar como fin último de la existencia, ideal condicionado por el hiperdesarrollo de la economía. ¡El proceso es puramente económico!
La manipulación, publicitaria, se trasmuta al plano político, exactamente con las mismas técnicas. El ciudadano de la sociedad del bienestar es tan poco libre, como el consumidor, sin sufrir coacción violenta es mayoritariamente condicionado por la presión social ejercida por los medios de comunicación, a los que como no tenga una mente critica e independiente es muy difícil que se pueda resistir. Los “líderes” y los programas políticos se venden publicitariamente igual que artículos comerciales. Es muy difícil sustraerse a la presión propagandística masiva y al clima social creado por ella, la libertad real dentro de tal clima se convierte en patrimonio de “intelectuales” y “amateurs” del inconformismo y la rebeldía.
El sistema, no sólo prescinde de las “viejas” virtudes de la previsión y el ahorro, exige su desaparición ya que todos los ingresos, hasta por adelantado -el crédito- deben de ser gastados en bienes de consumo, la previsión para el futuro es asumida por el Estado y convertida en función pública.
El artificial interés privado sobre la conveniencia pública, hace imposible que el sistema se pueda extender o generalizar, puesto que presupone la existencia de una economía superdesarrollada, de plena producción y pleno empleo. Recomendar a los países que no llegan a esos niveles, que tengan paciencia y esperen al pleno desarrollo para superar los males endémicos del subdesarrollo, es remitir la solución de sus problemas a las -¿Como se dice?- “calendas griegas”.
¿No sería más inteligente reivindicar el Estado de justicia social?
Juliano MM.·.
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