Tomado de La revolución naturialista
El marco inmanente es el capítulo más importante del libro de Charles Taylor sobre secularismo (876 páginas). Es un capítulo que propone una respuesta para esta pregunta: ¿Por
qué es tan difícil creer en Dios en algunos ambientes del occidente
moderno, mientras que en 1500 era virtualmente imposible no hacerlo?
A lo largo de centenares de páginas, Taylor describe el viaje hacia el desencantamiento
característico del mundo moderno, desde las reformas medievales hacia
una religiosidad más personal, comprometida y devota, en contraste con
las formas más relajadas de religiosidad tradicional colectiva. Se
subraya la raíz religiosa de la separación entre un plano natural y otro sobrenatural
y sobre todo del "orden moral moderno" que socava las jerarquías
tradicionales. Esta sociedad basada en el mutuo beneficio de los
individuos, tal y como aparece ya en Locke, pretende inicialmente
cumplir el diseño divino y señalizar la providencia, pero también es
antesala de un humanismo exclusivo: "siguiendo el camino abierto por
Spinoza, podemos ver la naturaleza como idéntica a Dios, y entonces como
independiente de Dios". Este es a grandes rasgos el "marco inmanente"
de las sociedades modernas, un marco predominantemente secular en el que
la creencia se ha vuelto problemática para muchos y la increencia se ha
vuelto casi una posición por defecto para otros.
Taylor considera que el relato sobre el triunfo de la ciencia sobre la religión no es una lectura obvia de la modernidad. La interpretación "cerrada" de la modernidad es, por el contrario, una especie de "ilusión" ciega a sus condicionantes históricos. La interpretación materialista del "marco inmanente" no partiría de una lectura "neutral" y "obvia" de la ciencia, sino de una ética naturalista que promete la superación del estado religioso de la humanidad, percibido como "infantil" y falto de coraje. Una moral naturalista:
Taylor considera que el relato sobre el triunfo de la ciencia sobre la religión no es una lectura obvia de la modernidad. La interpretación "cerrada" de la modernidad es, por el contrario, una especie de "ilusión" ciega a sus condicionantes históricos. La interpretación materialista del "marco inmanente" no partiría de una lectura "neutral" y "obvia" de la ciencia, sino de una ética naturalista que promete la superación del estado religioso de la humanidad, percibido como "infantil" y falto de coraje. Una moral naturalista:
de ciertos "valores", virtudes, excelencias, aquellas que corresponden con el sujeto independiente y no comprometido, un sujeto capaz de controlar sus propios procesos de pensamiento, que es "auto-responsable" según la famosa frase de Husserl. Aquí hay una ética de independencia, autocontrol, auto-responsabilidad, y de desapego que es capaz de proporcionarnos control, una posición que requiere coraje, el rechazo de las fáciles comodidades de la autoridad, de los consuelos del mundo encantado, de la rendición a los sentidos. Pág. 559
Esta visión naturalista axiomática, que ve la ciencia en irresoluble conflicto con la religiosidad, sólo aparecería ex post facto
"una vez que se acepta la increencia" vinculada con la ética
naturalista centrada en el progreso, la superación personal y el
florecimiento humano (aunque la observación es interesante, la verdad es
que lo mismo se podría decir de las interpretaciones religiosa de la
ciencia, a la manera de Plantinga).
En definitivas cuentas, la erudición de Taylor es útil para descubrir distintas trayectorias históricas y culturales que llevan a las interpretaciones naturalistas y no naturalistas del "marco inmanente". Es también un interesante recordatorio de que el camino a la "modernidad" en los últimos cinco siglos -incluso a la modernidad atea- no ha sido asfaltado tanto por las antiguas filosofías ateas y materialistas, sino en buena medida por las ideologías religiosas de la reforma.
En definitivas cuentas, la erudición de Taylor es útil para descubrir distintas trayectorias históricas y culturales que llevan a las interpretaciones naturalistas y no naturalistas del "marco inmanente". Es también un interesante recordatorio de que el camino a la "modernidad" en los últimos cinco siglos -incluso a la modernidad atea- no ha sido asfaltado tanto por las antiguas filosofías ateas y materialistas, sino en buena medida por las ideologías religiosas de la reforma.
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