Hace unos pocos días recibía un mensaje de una amiga interesada en la masonería en el que me preguntaba sobre las razones que las religiones, más bien la religión católica pues no había encontrado el menor rastro de condena hacia la Orden de los Hijos de la Viuda en ninguna otra, esgrimen para condenarnos. Dado que efectivamente prácticamente ninguna religión, excepción hecha de la ya mencionada, nos ha anatematizado parece interesante reflexionar sobre esta cuestión.
Si hacemos un poco de memoria histórica nos encontramos con que ya en sus inicios aparecen en la masonería anglosajona dos personajes directamente ligados a la religión, Anderson y Desaguliers filósofo hugonote este pastor presbiteriano aquel -es decir seguidores de la reforma y por ello enfrentados a las posiciones del papado-, y que se encargan nada menos que de la primera compilación legislativa de la masonería que, por cierto en la actualidad y para algunos de nosotros no deja de ser una reminiscencia del pasado a la que nos asomamos con más indulgencia que admiración, dadas algunas de las máximas que exhibe en su páginas y en las que no voy a entrar por ser de sobra conocidas y abundantemente comentadas incluso en este mismo blog en diferentes ocasiones.
A lo anterior debemos unir otra cuestión fundamental y es la diferente visión que sobre algunos temas se da entre los masones y que seguramente está en la raiz de los problemas que la iglesia católica parece tener respecto a la masonería. Como es bien sabido, mientras que la corriente anglosajona es profundamente deista hasta el extremo de llegar a exigir a sus miembros la creencia en algún tipo de divinidad revelada, en la corriente, digamos, continental o francesa -también conocida como liberal y que aglutina a aquellas obediencias que o bien rechazan la presencia del GADU o dejan su invocación a la libertad de sus miembros-, las cosas discurren por otros cauces que llevaron a la masonería a convertirse, de forma paulatina, en baluarte del laicismo y a defender la preminencia de la sociedad civil frente al omnímodo poder religioso que la iglesia católica detentó, y aún detenta, en muchos de los países del viejo contienente. Por otra parte, la defensa de posturas librepensadoras, y su vocación de formación de ciudadanos y ciudadanas libres y por tanto con espíritu crítico, chocaba frontalmente con una manera de entender la vida social que pasaba de forma ineluctable por el predominio del pensamiento basado en la moral católica frente a la razón y el pensamiento libre. Por decirlo en pocas palabras la razón frente a la fe, lo racional frente a lo irracional, la reflexión frente a la creencia ciega.
Tampoco podemos dejar de considerar, y no es cuestión menor, que la co-fundadora de Le Droit Humain, anticlerical militante, y algunas otras mujeres que encontramos en los inicios de la masonería mixta y no solo en Francia (Adelaide Cabete en Portugal es otro ejemplo), eran conscientes de que la situación de la mujer no cambiaría en tanto esta no fuese capaz de dejar de estar sometida tanto el yugo de su marido como al del párroco del lugar, y pudiese ser capaz de reivindicar su lugar en la sociedad en igualdad de condiciones con el hombre. Casi conseguido esto en la sociedad civil es evidente que por lo que respecta a la iglesia romana las cosas siguen más o menos igual que en el medioevo.
De estas dos maneras antagónicas de entender la convivencia social nacería de una parte un anticlericalismo radical, como defensa -que no otra cosa- de algunas cuestiones fundamentales: una escuela pública laica y el librepensamiento, de otra el anatema continuado contra cualquiera que, profesando la religión católica, decidiera entrar en la cofradía de los hombres y mujeres libres, la pena para los practicantes católicos ni era ni es baladí: la excomunión ipso facto, la exclusión de la sociedad de los creyentes.
Bien es verdad que, el paso del tiempo, ha atemperado algo los ánimos -al menos en el campo en el que me encuentro- y el anticlericalismo ha dado paso a una posición de laicismo, militante eso sí, más acorde con el principio de tolerancia y respeto que es marca de la casa en masonería. Tolerancia que no pasa, por supuesto, por ceder ni un ápice en lo que se refiere a la prevalencia de la sociedad civil sobre cualquier forma de moral religiosa, sea cual fuere la religión, que se trate de imponer a una sociedad que debe tratar a todos sus miembros por igual aunque, evidentemente, todos deberán tener en cuenta si el uso de algún derecho choca con sus creencias para no ejercitarlo. Tampoco será admisible la invocación de cuestiones religiosas para dejar de acatar los deberes que la sociedad, nosotros mismos a fin de cuentas, nos impongamos.
Y dicho lo anterior y para dejar la cuestión cerrada creo
que merece la pena dedicar algunas lineas a la posición de Le Droit
Humain, peculiar donde las haya pues ha conseguido aunar en su seno
-otra señal distintiva junto a la convivencia
de mujeres y hombres en sus logias y el internacionalismo- a creyentes y
no creyentes en base al principio fundamental de la masonería "reunir lo
disperso" como se recoge en la Constitución Internacional de la Orden: "Respetuosos
del laicismo, de todas las creencias relativas a la eternidad o a la no
eternidad de la vida espiritual, sus miembros buscan, ante todo,
concretar en la Tierra y para todos los humanos el máximo desarrollo
moral, intelectual y espiritual, condición primera para que cada
individuo pueda alcanzar la felicidad en una Humanidad fraternalmente
organizada ..." y aunque este sea un trabajo fatigoso y en el que es
necesario echar mano de la llana en más de una ocasión, parece que se va caminando por una senda que auna tanto el ideario anglosajón como el continental en función de las raices en las que cada federación o logia se sustenta.
Esta sería amiga mía la respuesta, larga lo siento, a tu breve cuestión y que podría resumir en nosotros no tenemos nada contra las religiones, ninguna de ellas, siempre y cuando su práctica se recluya en el más estricto ámbito privado y nadie se escude en ella para tratar de no cumplir sus deberes ciudadanos. Quien no quiere ejercer sus derechos es muy libre de nop hacerlo pues los derechos son eso, derechos, no obligaciones que esas son los deberes.
He dicho