Como cada año se vuelve a celebrar el Día Internacional de la Mujer, como tantos otros Días Internacionales destinados a diferentes causas parece que este no es más que un intento de la sociedad actual por mantener dormidas las conciencias. No es suficiente con dedicar un día a recordar lo que debemos tener presente todos los días del año y todos los años de nuestra vida en tanto en cuanto la situación afectada no se modifique a mejor.
Resulta casi sarcástico que dediquemos un día al año a recordar la muerte, el asesinato, de 150 mujeres en una fábrica americana en 1908 cuando no falta día en que nuestros medios de comunicación nos den la noticia, ya no es de primera plana, del asesinato de una mujer a manos de su compañero o ex-compañero. El "simple" maltrato físico o psíquico ya no merece ni un hueco en nuestros medios de comunicación.
Los miembros de la Orden Masónica Mixta Internacional Le Droit Humain-El Derecho Humano deseamos que, cumpliendo los deseos de nuestra fundadora Maria Deraismes, este día sea un llamamiento a la reflexión de la sociedad con el fin de que se tome conciencia de las diferencias que aún hoy en día separan a unos seres humanos de otros por la simple razón de haber nacido hombre o mujer.
Los miembros de la Orden Masónica Mixta Internacional Le Droit Humain-El Derecho Humano deseamos que, cumpliendo los deseos de nuestra fundadora Maria Deraismes, este día sea un llamamiento a la reflexión de la sociedad con el fin de que se tome conciencia de las diferencias que aún hoy en día separan a unos seres humanos de otros por la simple razón de haber nacido hombre o mujer.
No se trata únicamente, que también, de exigir las mismas condiciones laborales para todos los seres humanos, sino de exigir un reconocimiento hacia todas esas mujeres trabajadoras por cuenta propia pero sin salario, que aportan un importante porcentaje a eso que los economistas llaman PIB, y que se dedican a eso que, en muchos casos y de manera despectiva, se conoce como "cosas de marujas", mujeres que se dedican única y exclusivamente a las tareas domésticas quizás porque ni tuvieron ni tiene la oportunidad de incorporase al mercado de trabajo "normal" y que, seguramente, estarían encantadas de poder acogerse a una jornada semanal de 65 horas.
Entendemos, desde nuestra privilegiada posición al compartir trabajos masónicos con hombres y mujeres en estricta igualdad, que contamos con la fuerza moral para exigir un esfuerzo a los poderes públicos para que vayan más allá de la simple promulgación de Leyes y Reglamentos que, a la hora de la verdad, no son más que papel mojado (como tantas otras en nuestra sociedad) y que hagan los esfuerzos necesarios para que la igualdad entre hombres y mujeres sea una realidad más allá de la virtualidad del BOE. En este sentido parece necesario exigir la mayor vigilancia para evitar que, en aras de peregrinas teorías, volvamos a tiempos que considerábamos ya olvidados y en los que, por razones religiosas, se intenta volver a una educación separada para niños y niñas.
A los empresarios para que dejen de considerar a la mujer como fuerza laboral de segunda categoría y la traten con la misma dignidad debida a cualquier trabajador, es evidente que vivimos en unas circunstancias en las que se trata de recortar los derechos de todos los trabajadores y que las mujeres, como siempre, llevan la peor parte al ver recortados unos ya de por sí mermados. Es intolerable desde cualquier punto de vista la existencia de tratos vejatorios por el simple hecho de ser mujeres y que van más allá de la simple, simple pero no por ello importante, discriminación salarial, estamos hablando del acoso sexual que en épocas de crisis suele verse agravado por la indignidad con la que algunos superiores entienden el ejercicio de la autoridad.
Finalmente, pedir a la sociedad una reflexión profunda sobre el trato, cabría hablar mejor del maltrato, que proporcionamos a nuestras mujeres, en la mayoría de las ocasiones por omisión más que por acción y que aunque ambas actuaciones no sean equiparables en cuanto a su gravedad, es evidente que la discriminación y el maltrato se da, en muchas ocasiones, por la lenidad con la que, tanto colectiva como individualmente, actuamos ante la agresión física o psíquica a la mujer.
No podemos dar por perdidas para la causa de la igualdad las generaciones de mayores, porque si se quiere se puede cambiar, pero sería intolerable que nuestros hijos no fuesen capaces de entender que todos los seres humanos nacen iguales y con los mismos derechos y obligaciones, y que esa igualdad debe mantenerse a lo largo de la vida con el fin de que nuestra sociedad sea realmente una sociedad libre, igualitaria y fraterna.
He dicho
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