Adela Cortina Orts es una activista de la ética, una mujer de acción que no se acomoda bajo el toldo de su cátedra. Su agenda está llena de fechas de seminarios, conferencias, debates y congresos, y en su ordenador siempre hay varios artículos en marcha.
Llegó hasta la filosofía pura para aplacar su interés por el ser humano, en una época en que las alumnas eran un caso raro. Varios años después es la cabeza más inquieta de un grupo de ética aplicada surgido en algunas universidades de la Comunidad Valenciana, cuyos trabajos resuenan con insistencia en los foros europeos.
¿Qué es un filósofo? ¿Una especie de cura laico?
Respuesta. No, por Dios, no nos hunda más la profesión de lo que ya la tenemos. La filosofía es el amor a la sabiduría y se supone que el filósofo es el que busca la verdad y el bien de una manera desprevenida, sin guardarse nada en la recámara.
¿Un filósofo no es casi una arqueología analógica en el siglo XXI?
Desgraciadamente, el filósofo ha perdido muchas bazas en este siglo porque no tiene demasiado tiempo para la reflexión. Ése es el gran problema de la filosofía. Antes el filósofo tenía mucho tiempo y poca información, y ahora la información nos desborda y tenemos poco tiempo. Entiendo que hoy el filósofo es alguien que tiene que trabajar con sociólogos, literatos... para tratar de hacer la articulación de nuevos modelos filosóficos.
Usted insiste a menudo en que la filosofía moral es más necesaria que nunca.
En estos momentos, desde diversos sectores empresariales y profesionales, nos estamos dando cuenta de que son importantes una serie de elementos morales que a veces se habían despreciado. Por ejemplo, las empresas cada vez se dan más cuenta de que sin una confianza entre los contratantes y los pactantes, sin una calidad del producto, sin unas buenas relaciones entre las distintas empresas..., no funciona ni siquiera el negocio. Las gentes se dan cuenta de que una cierta ética vende, desde el punto de vista político, desde el punto de vista empresarial y desde el punto de vista profesional.
¿Para qué sirve la ética?
Primero, para ser personas, que no es mal proyecto. Para eso hay que tener ideales de justicia y de vida buena. La ética sirve para ser justos y felices.
¿Por qué es usted una activista de la ética?
Porque los seres humanos me interesan mucho y me parece que el mundo no está hecho a su altura.
¿A mayor poder, menos ética?
Desgraciadamente es así. Creo, como los viejos anarquistas, que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Uno de los grandes desafíos del siglo XXI es conseguir que la gente que tenga poder tenga también ética. Que la ética llegue al poder será parte de la salvación de la humanidad.
Estamos en una época en que el poder tiende a concentrarse.
Se está concentrando mucho poder desde el punto de vista político, pero todavía más desde el punto de vista empresarial.
¿Dónde se cumple menos con la ética, en la política o en los negocios?
En este momento me resultaría difícil decirlo. Desgraciadamente, en el terreno de la política, la obsesión por llamar la atención para recabar votos hace que los políticos hagan cosas llamativas sin pensarlas, y eso está reñido con la ética.
¿Si la ética abandona la política está en peligro la democracia?
Totalmente. En este momento la democracia está muy en peligro porque a los políticos se les piden pocas responsabilidades. Los políticos deberían de dar cuenta y ser responsables de las cosas que hacen, y los ciudadanos deberían ser más participativos.
¿La desconfianza hacia el político se está consolidando como el principio de la democracia?
Desgraciadamente, porque entiendo que el principio de la democracia debería ser el protagonismo de los ciudadanos. Los ciudadanos tienen que darse cuenta de que la democracia es el gobierno del pueblo y que los políticos tienen que ser unos coordinadores de las sugerencias, los proyectos y las ilusiones de la sociedad.
¿La globalización es el Apocalipsis o el Mesías?
Como decía Aristóteles, los venenos sirven para matar y los venenos sirven para sanar. Todo depende de cómo se empleen y con qué metas. La globalización es, o bien la gran ocasión para hacer una ciudadanía cosmopolita, donde el universo sea la ciudad de todos y todos se sientan ciudadanos, o sencillamente la culminación de un proceso en el que cada vez se abre más el abismo entre pobres y ricos, entre países que ya no interesan a nadie y países en los que la gente se lanza a consumir como loca.
¿El consumismo ha sustituido a alguna doctrina?
Sí, es la doctrina número uno, y además lo que nos une a todos cada vez más no es ser personas, sino ser consumidores. Me gusta mucho esa expresión de Rifkin que dice que nuestra etapa es aquella en que ha triunfado el capitalismo porque ha conseguido llevar todo nuestro tiempo a la arena comercial. Podemos comprar a cualquier hora del día, de la noche, por Internet, en una gran superficie... Somos consumidores de raíz.
¿El consumismo es un síntoma de que el egoísmo le ha ganado el pulso a la solidaridad?
Es una forma de vida que hace prácticamente imposible la solidaridad. Cuando hay una forma de vida en la que lo que da la felicidad es ir de compras, porque la gente ya no va a comprar esto o lo otro, sino de compras como un fin en sí mismo, que el de al lado tenga o no tenga, o se esté muriendo de hambre, es que ni se considera. El consumismo ha expulsado a la solidaridad.
¿A qué responden las movilizaciones antiglobalización?
A un profundo sentimiento de que la globalización, tal y como se está produciendo, no es humanizadora. Pero creo que esos movimientos deberían dar alternativas. Ganarían mucho más si en vez de decir no, que no tiene sentido porque la globalización va a seguir, dijeran sí, pero de esta manera. Nos estamos jugando el futuro en el cómo.
¿Qué exigencias debería imponer la ética ante la brecha abierta por la secuenciación del genoma?
Muchísimas, pero no en el sentido alarmista de la gente que imagina un futuro terrorífico, sino más bien de pensar las cosas con serenidad. La globalización nos ha llevado al corto plazo, y en temas como el del genoma el corto plazo puede ser terrible. Si una empresa ha gastado una enorme cantidad de dinero para patentar un gen, no está dispuesta a no comercializarlo inmediatamente. Cuando hemos entrado en la comercialización, todo se vuelve imparable. Más aún porque hay países que tienen capacidad adquisitiva para patentar genes y otros que no la tienen, con lo que los países subdesarrollados cada vez son más dependientes. En este proceso me parecen más responsables los científicos que las empresas, porque los investigadores son partidarios de las moratorias y de agotar todos los plazos hasta ver los resultados, mientras que la industria quiere rentabilizar enseguida la operación sin esperar.
Adela Cortina. Doctora en filosofía. En 1986 obtiene la Cátedra de Filosofía Moral, relativas a la economía, la empresa, la discriminación de la mujer, la guerra, la ecología, la genética, etc. Son ámbitos igualmente cultivados por la autora en sus obras. En artículos y conferencias, ha expresado su opinión sobre otros tantos aspectos de la vida, que sometida a examen "merece ser vivida".
Con su obra "Ética de la razón cordial", ha sido ganadora del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2007.
Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y Doctora Honoris Causa por la Universitat Jaume I de Castellón.
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