En algunas ocasiones nos encontramos con situaciones en las que la actuación de un masón no se corresponde con lo que se supone son los valores de la Masonería. En esos casos escuchamos que una cosa es la masonería y otra el “masón”, que todos somos humanos, que todos tenemos mucho que pulir en nuestra piedra, que una cosa es estar en masonería y otra ser masón. Lo entiendo. Lo que no entiendo es que eso sirva como explicación y ahí acabe todo. Porque supongo que eso es lo mismo que podemos decir de ser cristiano, ser socialista, ser liberal, ser musulmán… y que en todas se dan esta misma situación: definirse “cómo…” y actuar “tal que…”
Y entiendo que ver esa diferencia entre “decir” y “ser” es la que se acumula en cualquiera de nosotros hasta que se llega a una crisis personal de insatisfacción insuperable, y por la que se decide abandonar la religión, el partido, la asociación y buscar, en el mejor de los casos, otra vía, o caer en el desesperanzado tópico del “todos son iguales”.
También he oído decir que hay un método –masónico-, que se va entendiendo según se progresa, que la impaciencia no es buena, que hay gente que se acerca a la masonería por motivos equivocados, que no todos son aptos para estar en masonería. Lo entiendo. Pero entonces ¿cómo es que llegaron a entrar? ¿Cómo es que se les vio como “buenas piedras para el templo”, y luego han dejado de serlo? ¿Qué pasó entre ese momento iniciático lleno de emociones y la desilusión posterior, a veces llena de resentimiento? ¿Se equivocaron al pedir el ingreso? ¿Nos equivocamos al aceptarles? ¿Nos equivocamos al guiarles? ¿Nos equivocamos al no retenerles? Supongo que es una mezcla de todas ellas.
No somos tantos como para que la pérdida de un eslabón de la cadena me parezca un asunto menor, nos afecte tan poco como me da la sensación, nos produzca tan ligero debate y se resuelva en una aplicación de los reglamentos. Y aún si fuésemos miles, que tampoco veo deseable que sea un objetivo per se, la energía, que se emplea, por ambas partes, en pedir el ingreso y en evaluar éste, sea un asunto que no deba inquietarnos cuando vemos los resultados en tan corto tiempo de vida masónica de algunos hermanos. Se impone una reflexión.
El equivocarse, tanto el que pide el ingreso como los que lo aceptamos, es una circunstancia que puede darse en un limitado número de casos. Cuando ese número pasa a ser alto deberíamos revisar cómo estamos trabajando. Y este asunto nos afecta a todos: desde aprendices a maestros. A los aprendices, pidiendo orientación y aceptándola; a los compañeros, igual; y a los maestros, sirviendo de modelo, y si desempeñan un oficio, el que sea, cuidando de que sea con la implicación y compromiso que el mismo pide.
Ricardo.
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