martes, 14 de junio de 2011

La Cantera



Estamos en un día cualquiera de la semana, un grupo de mujeres y hombres, seres humanos, nos enfrentamos a una jornada de trabajo muy especial que trascurrirá entre el medio día y la medianoche, sea cualquiera la hora a la que se comiencen y se acaben los trabajos, y que se realizará con unas antiguas herramientas, mazos y cinceles, escuadras, niveles, plomadas…… en las canteras que, a fin de cuentas, son nuestros talleres y sobre unas piedras muy especiales pues se trata de nuestras propias personalidades, imperfectas, y a las que tratamos de llevar hacia la perfección en una obra a la que dedicaremos, infructuosamente con seguridad, toda nuestra vida.

Comienza la jornada, el capataz da la señal y todos nos ponemos a la tarea, la palabra cobra un importante protagonismo ya que será con ella con la que confrontaremos nuestras diferentes opiniones sobre los temas elegidos por el taller, de manera conjunta o por cada uno de nosotros a título individual. La palabra fluye según marca el ritual, siempre hacia el oriente, nunca de un obrero u obrera hacia otro u otra, no hay confrontación, se construye, se derriba lo que no sirve, se vuelve a levantar. La palabra sigue fluyendo hasta que se agota el discurso. ¿Se agota? Quizás hoy sí aunque es posible que del intercambio de reflexiones de hoy surja un nuevo trazado en la próxima jornada. Vueltas, revueltas, pensamiento libre, intercambio de reflexiones, de puntos de vista de conocimientos, búsqueda de la Verdad que no es otra cosa que la suma de muchas verdades. Luz.

Los roces, el trabajo de los malletes y los cinceles van adecuando cada piedra a la necesidad concreta al lugar que ocupará en el edificio común en algún momento determinado. Es medianoche y el capataz decide que es hora de detener el trabajo. Es hora de descansar, los obreros están satisfechos, el trabajo ha sido productivo, el salario recibido el esperado.

Hay que recoger los útiles, el ágape fraternal nos espera. Reponemos nuestras fuerzas físicas al mismo tiempo que el cemento que nace de un intercambio más festivo, menos rígido, más espontáneo y natural, va fraguando las soldaduras entre las diferentes piedras del edificio. Nos despedimos. Volvemos a nuestras ocupaciones en la vida civil.

Estamos en la sociedad, cada cual en su ocupación o quizás en su no ocupación (sí, no somos seres extraños a la sociedad en la que nos incardinamos) y recordamos unas palabras que quien dirige los trabajos nos dedicó antes de cerrar la jornada antes relatada, continuemos fuera la obra comenzada en el templo. Otra manera de trabajar, discreta o no a la elección de cada uno de nosotros pero que deberá contribuir a la conformación de una sociedad que se acerque al ideal que nos marcaron nuestros fundadores hace más de cien años: el logro de una sociedad fraternalmente organizada.

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