24/02/2008
“La economía de mercado no es suficiente para crear una civilización”
Uno de los pocos filósofos que conectan con el gran público. Defiende la espiritualidad laica y la “alegre desesperanza” en un tiempo de muchas preguntas y pocas respuestas.
Es capaz de llenar grandes auditorios hablando de filosofía, y sus libros, con títulos tan expresivos como Pequeño tratado de grandes virtudes, ¿Es moral el capitalismo? o La felicidad, desesperadamente, se han vendido como best sellers. En su casa de París, muy cerca de la Gare de Lyon y del Sena, en el último piso de una vetusta casa señorial, André Compte-Sponville se deja llevar por el caudal de su pensamiento. Se muestra cálido y acogedor, pero guarda una educada distancia hasta que la grabadora se enciende. Entonces se sienta en el extremo de la butaca, se inclina sobre el aparato y permanece así la mayor parte del tiempo. Es un hombre atractivo, y él lo sabe. Alto, delgado, de pelo lacio e indómito, el corte que lleva le da el aire de un adolescente inconformista, aun cuando ya está en mitad de la cincuentena. Tiene dos hijos a los que adora, pero que no le han seguido ni en su amor por la filosofía ni en la pasión intelectual.
Se acaba de editar en España La vida humana, ilustrada con dibujos de su mujer, la pintora Sylvie Thybert. En 1998 dejó la universidad para dedicarse exclusivamente a escribir. Cuando comenzó a enseñar filosofía no podía imaginar que se produciría este renacer. Lo atribuye al declive de las respuestas prefabricadas que en los años cincuenta daban las grandes religiones y las grandes ideologías, como el marxismo. “Como la gente tenía muchas respuestas y pocas preguntas, no necesitaba de la filosofía. Ahora hay muchas preguntas y pocas respuestas, y eso es bueno para la filosofía”, dice. Pero hay otra razón: la filosofía se ha hecho más asequible. Él fue uno de los primeros filósofos en escribir libros sin notas a pie de página, es decir, para el gran público. En 2006 apareció El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin dios. Por ahí empezamos.
En ‘El alma del ateísmo’, usted confiesa que ha tenido como una necesidad imperiosa, una especie de urgencia de hablar de espiritualidad. ¿Por qué?
Tuve una urgencia personal, de tipo existencial, porque la vida es corta y pensé que sería una pena esperar a estar muerto para tener una vida espiritual, sobre todo si, como yo, crees que después de la muerte no hay nada. Pero también hay una urgencia social porque creo que estamos amenazados por dos peligros simétricos: por un lado, el fanatismo, el integrismo y el oscurantismo, y por otro, el nihilismo. Y tengo la impresión de que la civilización occidental no sabe muy bien qué hacer ante estos dos peligros.
Sabemos bien qué es el fanatismo religioso, pero ¿qué es hoy el nihilismo?
Como sabrá, nihil en latín significa nada, así que los nihilistas, para mí, son las personas que no creen en nada, que no respetan nada, que no tienen ni valores, ni principios, ni ideales. Hay un novelista, Michel Houellebecq, un autor con talento aunque bastante sórdido y antipático, que me parece interesante porque hace una descripción nihilista de una sociedad nihilista. En su última novela, por ejemplo, el personaje principal, que es el propio autor o al menos se le parece mucho, dice (es una expresión vulgar; lo siento mucho): “A mí sólo me interesa mi polla, nada más”. Un nihilista es eso: alguien al que no le interesa nada más que su pequeña trivialidad, sea el sexo, el dinero, el lujo. Lo que nos tiene que dar más miedo es que no tengamos nada que poder oponer al fanatismo de unos y al nihilismo de los otros. Combatir a Bin Laden o al Opus Dei con las posiciones de una sociedad como la que describe Houellebecq nos lleva al desastre. Por eso he decidido luchar contra los dos adversarios: contra el fanatismo, obviamente, pero también contra el nihilismo.
El nihilismo renuncia a los valores, pero el fanatismo intenta apropiárselos. Frente a ambos defiende usted una espiritualidad laica. ¿En qué consiste?
En la defensa de los grandes principios que la historia ha seleccionado como valores de progreso, desde el “no matarás” del cristianismo hasta los valores de igualdad y libertad de la Ilustración. No se trata de inventar una nueva moral, sino de transmitir la moral que hemos recibido y que se ha ido elaborando a lo largo de milenios. Han sido milenios de historia acumulada en los que cada generación ha transmitido a sus hijos lo que en su opinión era lo mejor de aquello que habían recibido, y esto ha terminado por conformar una civilización.
En una de sus conferencias hizo un símil que me gustó especialmente: “La moral es a la civilización lo que los genes a la biología”.
Así es. Yo cuando leo los evangelios, estoy de acuerdo en lo esencial con sus postulados morales, igual que cuando leo a Platón, Aristóteles, Epicuro o a los estoicos. Lo que sería una pena es que, por el hecho de no creer en Dios, como es mi caso, prescindamos de esa herencia, porque eso conduce al nihilismo y echa leña al fuego de los fanáticos, que dirán que la única manera de escapar del nihilismo es la religión. No es necesario creer en Dios para estar ligados a unos valores morales.
Las diferentes iglesias están muy enfrentadas, pero hay algo en lo que coinciden y se apoyan: hacer frente al laicismo. ¿El nuevo fanatismo religioso es una demostración de debilidad o de fuerza?
Creo que ambas cosas. Primero, una demostración de debilidad, de angustia ante la idea de que algo está a punto de terminar, obviamente la influencia masiva de la religión. Pero también es una reacción de fuerza, porque está claro que nos hemos equivocado al pensar que el problema había desaparecido. En mi época universitaria se consideraba que la religión era una vieja luna que se había dejado atrás. Cuarenta años después, la vieja luna sigue ahí. Es cierto que esta forma de fanatismo se da especialmente en el mundo musulmán, pero también, aunque menos grave, en ciertas reacciones integristas de la Iglesia católica.
En España las sufrimos mucho últimamente. ¿No cree que con esta actitud la Iglesia corre el riesgo de resucitar el anticlericalismo?
Sería un error basarse en esto para declararle la guerra a la religión, porque para mí el adversario no es la religión. Que la gente crea o no en Dios, a mí no me molesta en absoluto; de hecho, muchos de mis amigos son cristianos. Los adversarios son el fanatismo y el nihilismo. Y es muy importante no equivocarse de adversario, porque si se lucha contra la religión en general, se está metiendo a todos los creyentes en el mismo saco que los fanáticos, que es lo que quieren estos últimos, obviamente. Yo lucho contra los fanáticos y contra el oscurantismo, pero me considero aliado de todos los espíritus libres, abiertos y tolerantes, crean o no en Dios.
Desde el materialismo histórico inicial, ¿cómo ha evolucionado su pensamiento?
Sigo siendo materialista, y también racionalista y humanista, si quiere calificarme con palabras terminadas en ista. ¿Qué significa ser materialista? Significa que pienso como Epicuro y como Marx también, que todo lo que existe es material, que no hay un Dios inmaterial ni un alma inmaterial, y que lo que piensa en mí es el cerebro. Pero también soy humanista, no un humanista especulativo que celebra la grandeza de la naturaleza humana, en la que no creo, sino un humanista convencido de que, dado que no existe un Dios, la humanidad es lo más preciado que tenemos y hay que preservarla a pesar de sus debilidades.
3 comentarios:
Por favor no pongan publicidad
Siempre rescatando pensadores y filósofos muy interesantes.
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